"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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LA ROSA DE SAN JORGE

LA ROSA DE SAN JORGE © Jordi Sierra i Fabra 2011 En una tierra hecha de fantasía, hace mucho tiempo, mil años o más, se produjo un hecho de gran valentía en los dominios del buen rey Blas. Os explicaré la historia. Recordadla mientras viváis. Es muy frágil la memoria. Si no os gusta la olvidáis. He aquí el gran castillo, y su rey bien amado, la reina con su real anillo y la princesa de rostro nacarado. Vivían en paz y contentos. Los montes los protegían. Carecían de tormentos, y todos se querían. Las gentes eran felices, no había ni un soldado, como en los cuentos, comían perdices, el futuro estaba sembrado. De repente esta armonía, en un visto y no visto acabó. Un triste y desdichado día, al reino un dragón llegó. No era un dragón cualquiera. Era un enorme animal. Robaba desde su madriguera, y hacía toda clase de mal. Tan grande como una montaña, la piel verde y asquerosa. Se trataba de una alimaña, tan cruel como peligrosa. La cola era muy larga, su olor, nauseabundo. ¡Oh, qué pesada carga, una imagen de otro mundo! Echaba fuego por la boca, de murciélago tenía las alas. Cualquier cosa que diga es poca. Las noticias eran malas. Muy triste estaba la gente. El reino se enfrentaba al abismo. Ahora, de repente, todo era pesimismo. La bestia era voraz, sin freno ni medida. Se lo comía todo, contumaz, acabando con la vida. Los sabios se preocuparon, comenzaron a discutir. Una solución encontraron, y al rey se la fueron a decir. Al oír la sentencia, el monarca se asustó. A todo el pueblo en audiencia, por la mañana se la ofreció. —¡Al gran dragón hemos de satisfacer! ¡Un sacrificio nos obliga a darle! ¡Uno de nosotros cada amanecer, se ofrecerá para el hambre calmarle! La palabra del soberano era ley. Desde aquel momento, cada día, al salir el sol y en nombre del rey, uno de ellos a la bestia se ofrecía. Nadie era más que su vecino. Imparcial era el sorteo. El elegido iba hacia su destino, fuera alto, guapo o feo. Hasta que un día, ¡maldito azar! la suerte fue caprichosa: a la princesa le fue a tocar, tan bella ella y cariñosa. El rey era justo y honorable. El destino la había escogido. No hubo dolor más notable. La dejó ir con el corazón encogido. Muchos se ofrecieron por ella, dispuestos a darle la vida. La veían tan joven y bella, que querían cambiar la partida. La princesa fiel y orgullosa, al encuentro del dragón partió. Valiente y generosa, por el pueblo se sacrificó. Fue un día amargo y tenebroso. El reino enmudeció. Era un momento muy doloroso. Hasta el cielo se ensombreció. ¡Oh cruel destino, que dolor! ¿Quién se podía a la bestia enfrentar? Más que un milagro, Señor, ¿qué loco podía con ella luchar? Apareció un jinete por poniente, en un corcel de brillante blancura. Jorge se llamaba el valiente, llevaba lanza, espada y armadura. —¿Donde está el dragón? —preguntó el osado caballero. —¡Está allí, gran campeón! —le señaló un jornalero. Poco a poco se interna el vasallo, por parajes sin una flor. No se fía el brioso caballo. De la muerte huele el hedor. En el lago las huellas vislumbra. La tierra está bien quemada. Una cueva al frente le alumbra, y se detiene en la entrada. Los ojos del monstruo aparecen. Brillan como llamas del averno. Rugidos de fiera estremecen, para llevarle al sueño eterno. —¡Ven aquí, bestia brutal! —grita con toda energía. —¡Para ti se acabó hacer el mal! ¡Este es tu último día! La respuesta de la furia es terrible. Un grito que hiela la sangre. Surge frente a él, temible, dispuesta a saciar su hambre. Lleva a la chica bien sujeta, entre su garra afilada. La deja en el suelo, quieta, la pobre está agotada. —¡Oh, caballero! ¿Sois real? —suspira ella con sorpresa. —No temáis nada, mataré al animal. ¡Vengo a salvaros, princesa! El joven pone pie en tierra. Firme mantiene la lanza. —¡Yo te declaro la guerra! —lo reta con templanza. La bestia se agita furiosa. Escupe fuego y ruge. Con su imagen tenebrosa, el alma del héroe cruje. El gigante ve cerca la victoria. Parece perdido el campeón. Pero no acaba aquí su historia. sino la del implacable dragón. Ataca la bestia de a una El caballero apunta a su pecho. La lanza le clava con fortuna. La muerte del animal es un hecho. El bien le ha vencido al mal. La sangre la tierra moja. Brota del suelo un rosal, con una gran rosa roja. Y el caballero enamorado, a la princesa se la ofrece. Ella, que ya le ha amado, su corazón estremece. El reino a su héroe aclama. Tributo le rinden los fieles. Una boda real se proclama, llena de dulces y pasteles. Y esta es la inmortal leyenda. Cada 23 de abril todo enamorado, le dará a su amada una ofrenda: la rosa de su amor extasiado.

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